La otra brecha digital

La otra brecha digital

transformación digital

Después de unos cuantos posts centrados en la pura tecnología, no está de más dedicar un momento a reflexionar sobre el mundo (no sólo) tecnológico que nos rodea. Aunque, afortunadamente, lo usemos cada vez menos, el término brecha digital ha servido tradicionalmente para denotar la escasez o las desigualdades en la distribución de los recursos, infraestructuras y alfabetización digital entre determinados colectivos o territorios, lo que ha frenado o desequilibrado su adopción generalizada. No hay nada que aconseje que dejemos de referirnos a este concepto, pero los tiempos cambian y el entorno también lo está haciendo (y mucho). Pues bien, ahora que cosas como el 5G parecen algo natural en nuestras vidas, vamos a evolucionar un poco el significado.

Las nuevas aristas

Pensemos en esa otra brecha digital como algo con una dimensión más estratégica y global, y reflexionemos acerca de cómo está evolucionando ese mundo tecnológico en el que nos movemos. Hablemos de escenarios retadores, de tensión o de fricción global, detrás de las bambalinas de la revolución digital. Como el tema es inabarcable y ha dado (y lo sigue haciendo) para escribir cientos de páginas, usaré la excusa que me ofrece la limitación de espacio de este artículo para enumerar sólo algunos de ellos:

  • Innovación (demasiado) fácil. Nos estamos encontrando con que la innovación que está poniendo patas arriba al mundo tecnológico parece más rápida, más barata y más democratizada, lo que ya está sorprendiendo (y casi expulsando) a muchos actores tradicionales de este mundo. El ritmo imprevisible con el que se están introduciendo determinadas disrupciones (como la IA generativa, la computación cuántica o las tecnologías descentralizadas, por citar sólo unos cuantos ejemplos) está tensando y retando continuamente a los grandes proveedores de tecnología con la amenaza de la irrelevancia, porque puede que no tengan armas (más allá de las financieras) para competir contra las nuevas compañías tecnológicas, pequeñas y ágiles, y, por tanto, capaces de innovar - y de cambiar completamente los paradigmas - de una forma demasiado rápida y fácil.
  • El individuo al poder. Ni siquiera hay que hablar de empresas: un individuo, o un grupo pequeño de individuos (con nula organización, y nada moldeables o influenciables) puede estar siendo hoy en día, al menos en algunos ámbitos del desarrollo digital, mucha más correa de transmisión de la innovación que algún gigante tecnológico, con todos sus recursos y tentáculos. Hagan la prueba de echar un vistazo a cómo están yendo las cosas y qué se cuece en esa olla a presión de la innovación que son los hackatones o plataformas colaborativas como Discord, Mastodon u otras. Ya lo llevan haciendo desde hace tiempo las firmas de capital riesgo que han regado con millones de dólares algunas startups que surgen de esos yacimientos.
  • Atesorar información ya no sirve. Cuando nos acabábamos de acostumbrar a tratar a la posesión de la información como el nuevo petróleo (con los esfuerzos económicos que se han llegado a hacer en ocasiones para atesorarla), puede ser que esté llegando el momento en el que el dato en sí mismo no aporte ya mucho valor, sino sólo la capacidad de producir algoritmos predictores o de síntesis. Esos algoritmos, por otro lado, llegarán a no necesitar siquiera recolectar información original, sino que funcionarán perfectamente con datos generados por otros. La información al peso se devalúa, en comparación a la capacidad de fabricarla.
  • Regular y paralizar. La explosión de la IA está despertando los mismos fantasmas que siempre han atenazado a las sociedades ante las disrupciones capaces de retar las estructuras o los comportamientos tradicionales, especialmente cuando no se ha sido capaz de predecir cómo sería el mundo el día después. El punto actual de la sociedad es el de un irrefrenable pavor (o incertidumbre, lo que es peor) a un hipotético dominio del mundo por parte de máquinas capaces de pensar – y, peor, de sentir – por sí mismas. Ante esto, las instituciones políticas nacionales o supranacionales están comenzando a arrancar la tradicionalmente poco capaz, indiscriminada y paralizante máquina reguladora, e incurriendo con ello en los errores de siempre: análisis simplista de la realidad, nulo manejo de la incertidumbre, y una pavorosa lentitud de reacción a unos cambios tecnológicos y sociales que, al final, siempre acaban filtrándose por entre las rendijas de las normas.
  • La lotería de los recursos naturales. La naturaleza ha sido caprichosa con su papel en la evolución de la tecnología, situando la mayoría de los yacimientos naturales claves para la digitalización en zonas bajo tensión, guerra, o directamente bajo condiciones de trabajo poco admisibles desde el punto de vista humano. Un ejemplo es del cobalto mineral (esencial para la fabricación de, por ejemplo, las baterías de los coches eléctricos), cuyos importantísimos yacimientos del Congo (que suponen más de la mitad de la producción a nivel mundial) han sido explotados con prácticas laborales consideradas a menudo ilegales, y están siendo controlados gradualmente por una sola potencia, China, que controla el 44% de la producción mundial y el refino del 77% de este mineral, según Darton Commodities. Las tensiones sobre estos recursos esenciales para la movilidad del siglo XXI no sólo están servidas, sino que irán a más con el paso del tiempo.

SEIDOR

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